Amiga del alma, compañera

Despedida a Carla Barcic Zupán compartida por sus compañeras del Departamento de Lengua y Literatura del Liceo.

Carla, Carles, Carlesca, Carlita, Carluchi, Barcic. Teníamos tantas maneras de nombrarla, siempre estábamos hablando de ella, con ella. Carla era de su familia, de Mimí, de Eduardo, de sus mellizos. Pero también era nuestra. Era del Liceo. Era una persona central en nuestra pequeña comunidad.

El jueves que falleció, con sus amigas más queridas, nos pusimos a buscar fotos suyas. En todas estaba hermosa, alegre, payasa, como le decíamos, con el desparpajo de siempre. Estaba tan viva en esas fotos, con sus ojos grandes, que nos hizo reír. Qué tristes estamos todos, cuánto la extrañamos, cuánto tiempo nos faltó.

Estos son días de duelo. Queremos leer juntos, en su memoria, “Elegía”, el poema que Miguel Hernández escribió cuando su murió su amigo del alma.

Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón
Sijé con quien tanto quería).

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

(10 de enero de 1936)

“Elegía” es un poema de Miguel Hernández perteneciente al libro «El rayo que no cesa» (1936).