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Construcción de la memoria colectiva

La escuela, como ámbito constructor de identidades por excelencia, necesita poner en juego los recuerdos. En ese camino se necesita el ejercicio de interpelación a generaciones mayores, a protagonistas de luchas pasadas y actuales por los Derechos Humanos, en fin, todo lo que hace a la transmisión de la Memoria entendida como un recorte dentro del pasado, en el que se trata de definir y darle un proyecto a una sociedad, a una institución, a un colegio.

Una sociedad recuerda o tiene memoria cuando su pasado se difunde activamente a las generaciones contemporáneas. “Dicha transmisión, para perdurar en una comunidad, requiere de soportes, vehículos que carguen de sentido, den forma, a aquello que están transmitiendo. Estos vehículos, como monumentos, lugares, aniversarios, filmes, ceremonias, que llevan explícita o implícitamente una representación del pasado, resultan ser múltiples, variados y de diversos orígenes: el Estado, la sociedad civil, la comunidad internacional, los medios de comunicación, los individuos, entre otros, que actúan condicionándose, reforzándose e incluso transformando su contenido” (Rousso, Revista Puentes 2001).
Convencidos de la necesitad de la construcción de una identidad colectiva, en el colegio se definió un espacio para los desaparecidos o asesinados por el terrorismo de Estado que estuvieron vinculados al Liceo. Así, desde el año 2008 están presentes en el salón de actos y nos acompañan con sus fotografías.
En un mural decimos que fue el terrorismo de Estado el que nos separó de ellos y expresamos lo que su presencia significa para la comunidad educativa del Liceo. Por eso y para no olvidar, están en esta página esas palabras y esos rostros.

Estuvieron aquí
Hubo gritos y hubo silencios. Hubo compromiso y dudas, militancias y temores. Hubo campos de concentración, torturas insoportables, exilios hacia afuera y hacia adentro.
Cuando todo terminó, 30.000 víctimas ya no estaban. No pudieron rehacer su vida, pensar su historia, abrazar a sus seres queridos. Eran 30.000 hombres y mujeres. Muchos jóvenes, pero también viejos, niños, bebés. Había obreros de fábricas, empleados estatales, religiosos, universitarios. Algunos habitaron estas aulas: trabajaron o estudiaron en el Liceo.
Muchos eran como aves inquietas que volando aún entre la lluvia y el viento, pensaban que podían acelerar los tiempos, dar la bienvenida a un mundo o un país mejor, con equidad y justicia.
El terrorismo de Estado se los llevó y nos separó de ellos. La magnitud del horror fue tal que aún hoy no podemos saber si hubo más. No están. Sus voces acalladas no pueden contarse, discutir o proyectar el futuro. En algunos casos ni siquiera sabemos qué fue de sus cuerpos…

Los recordamos
…pero podemos acercarnos a sus historias. Conocemos o imaginamos sus sueños. Y tenemos una certeza: no queremos que algo así vuelva a suceder nunca más.
Por eso quisimos que vuelvan a estar aquí. Habitar las paredes con sus rostros –paredes a las que ellos alguna vez dieron vida– nos da la posibilidad de tender puentes allí donde el Estado terrorista construyó muros. Un puente entre la vida y la muerte. Un puente hacia la memoria y la justicia.
Creer que ellos no nos habitan, que no forman parte de nuestra histori
a, es aceptar que la muerte ha ganado una batalla.
Están aquí, vuelven a estar. Decidimos recordar. Porque recordar no sólo es hablar del colegio que fue sino también del que quiere ser: uno donde la educación esté comprometida con la defensa de los derechos humanos, la verdad y la justicia.

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